domingo, 29 de septiembre de 2013

Pantano de Guadalest: paseo en el barco solar.

   Existe un lugar en el norte de la provincia de Alicante que, aunque recibe alrededor de dos millones de visitantes al año, muchos desconocen. Una gran grata sorpresa para todos aquellos que no esperaban experimentar tanto contraste en tan pocos kilómetros.

Embarcadero del pantano.

   Hoy, nuestro grupo tenía como destino un pueblecito de origen moro: Guadalest. Tras la visita del núcleo urbano, encaramado en lo alto del roquedal, nos dirigimos hacia el pantano para dar un paseo en el barco solar. Tal y como su nombre indica, se trata de un barquito totalmente ecológico que se pone en funcionamiento con la energía del sol (que es capaz de almacenar, así que no hará falta que salga un día soleado para que podamos montar en él). Funciona mediante unos paneles instalados en la techumbre y se desplaza en absoluto silencio... 
   Lo primero que le llama la atención a todo el mundo es el color azul turquesa del agua; muchos viajeros me preguntan por qué tiene ese color. Pues bien: se debe a partículas de cal en suspensión. De hecho la cal es muy abundante aquí, ya que el material principal que forma las montañas es la roca calcárea. El barquero nos explica que podríamos llenar un vaso con agua del mismo pantano: es perfectamente potable y además muy buena.

Pantano. Al fondo: sierra Serrella.

   El pantano conforma un lago artificial de 86 hectáreas, y fue construido para combatir la sequía tan recurrente en esta zona que tradicionalmente ha sido agrícola y, desde los años 60, eminentemente turística. Nos encontramos a unos 20 kilómetros de Benidorm, archiconocida capital de vacaciones. Esta ciudad, ella solita, hace que el nivel del agua baje entre 6 y 9 centímetros al día durante el verano, lo que supone unos dos metros al mes; además, está situado en una zona de valles plantados de nísperos y cítricos, que, evientemente, también necesitan agua. Por lo tanto, la razón de ser del pantano está más que justificada. Y, mientras los visitantes disfrutan en unas bonitas vistas que fotografían para la posteridad, los lugareños miran con miedo, estupor o alegría según la generosidad o ausencia de las lluvias pasadas o por llegar. 


Desde el barco podemos apreciar el nivel del agua (septiembre - año bueno).

   Un episodio particularmente difícil fue el de la sequía de 1978. La gente recuerda muy bien cómo todo el pantano quedó completamente seco, lo cual quiere decir que ni si quiera quedaba en el fondo algo parecido al barro. Debieron abrir zanjas para enterrar a los peces muertos, que no debían desprender un olor demasiado agradable.
  
   Mientras tanto, Benidorm estaba en pleno boom turístico, y tanto la población como la corporación municipal empezaban a subirse por las paredes, ya que había que solucionar la situación como fuera. La ciudad había pasado de tener 6000 habitantes en 1960 a 23000 en 1978, un ritmo de crecimiento demasiado acelerado como para tenerlo todo previsto. Cada año llegaba más y más gente a pasar aquí sus vacaciones, y de ningún modo se podía dejar a los hoteles sin abastecimiento de agua... pero no la había.

   Entonces ¿qué hacer? 

  Tras muchas discusiones y tras mucho ir y venir de periodistas, políticos y ciudadanos sedientos, finalmente se decidió enviar barcos-cisterna desde Cádiz para arreglar parcialmente el problema... y dando prioridad al abastecimiento de hoteles.

   Y sirvió de lección, ya que del 78 hasta hoy mucho ha llovido (nunca mejor dicho) en lo referente a planificación de recursos.


Guadalest en lo alto de la colina.

 
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