miércoles, 1 de febrero de 2017

Guardamar y el monstruo de arena


   Hay algunos sitios tocados por la gracia divina y otros malditos por la mano del hombre. Aunque también puede ocurrir al contrario: que la inspiración humana convierta un lodazal en paraíso terrenal. Incluso a veces, se da todo lo anterior a lo largo de los episodios de la vida de una población.



   Pero dejemos los misticismos a un lado y vayamos a los datos concretos.

   Guardamar del Segura, municipio costero del sur de la provincia de Alicante muy cercano a la "frontera" con Murcia, cuenta con unos 15 mil habitantes y evoluciona desde un pasado pesquero y agrícola para sufrir la suerte de la mayoría de pueblos de nuestras costas mediterráneas (subirse al tren del turismo de sol y playa para generar ingresos).

   Como su nombre indica, está situado junto a la desembocadura del río Segura, que tras un recorrido de 325 km junta sus aguas dulces con las marinas formando un ecosistema específico de cierta importancia para aves y peces.

   Guardamar ha tenido que afrontar a lo largo de su historia una serie de catástrofes y desgracias que habrían hecho emigrar a más de uno. Hoy hablaremos del monstruo de arena, que es como hemos decidido llamar al sistema dunar que se extiende a lo largo de su litoral.

Aspecto del sistema dunar a día de hoy


   Dunas, playas de fina arena, suave, dorada... el sueño de cualquier agencia de viajes ¿verdad? Pues este paraíso, o infierno para el caso que nos ocupa, estuvo a punto de tragarse a la población, de deglutirla, literalmente.

   Finales del siglo XIX: los guardamarencos están más que preocupados. Las dunas avanzan a una rapidez vertiginosa, entre 2 y 8 metros al año, desde la playa hacia sus casas. Poco a poco van sepultando las parcelas de labor, incluso han hundido los techos de algunas viviendas. El avance es imparable. Crece el desierto, la arena lo invade todo. El pueblo está sentenciado. 


   Hay que buscar una solución pero ¿cómo ha llegado el pueblo, que desde época musulmana está enclavado aproximadamente en el mismo lugar, a esta situación?

   Pues bien, sin necesidad de darle demasiadas vueltas al asunto podemos decir que fueron tres las razones que dieron nacimiento al monstruo de arena.
  • Los fuertes vientos de levante comunes en esta zona, que empujan las arenas hacia el interior.
  • Las torrenciales avenidas del río Segura erosionan todo aquello por donde pasan, llevando numerosos materiales hacia el mar, que posteriormente serán depositados en la costa y empujados por los vientos de levante citados en el punto anterior.
  • La deforestación. Durante el siglo XVIII, y con la finalidad de obtener madera para construir los buques de guerra de la armada española, se talaron los bosques que bordeaban el río Segura, de manera que el terreno quedó yermo y la tierra "suelta", por lo que fácilmente era arrastrada por las avenidas torrenciales del río Segura y posteriormente amontonada en la costa gracias a los fuertes vientos de levante.
   Así fue.

   Por suerte llegó alguien para hacerse cargo de la situación, el ingeniero de montes Francisco Mira y Botella, que dedicó 28 años de su vida a frenar el avance de las dunas. Evidentemente no lo hizo solo; todo Guardamar estuvo trabajando junto a él durante todos esos años sin descanso para salvar al pueblo.

Busto del ingeniero Francisco Mira y Botella

   Francisco Mira tenía un plan. En primer lugar había que frenar el aporte de arena que arrojaba el mar. Para ello pensó que lo mejor era construir una contraduna. Para eso, había que dejar que la arena se amontonase en primera línea de playa, pero no más allá, así que el ingeniero decidió construir una valla con tablones separados entre sí un par de centímetros, y cuando esta barrera quedaba sepultada, se levantaban los tablones, de manera que el montón de arena seguía creciendo. Y una vez alcanzó los 4 metros de altura, se fijó plantando sobre ella ágave y otras hierbas; ya teníamos el muro que impediría que el mar siguiera vomitando arena tierra adentro. 

Panel de cerámica que ilustra el proceso de creación de la contraduna

Pasarela de madera sobre la duna de primera línea de playa

   Ahora había que fijar las dunas móviles que quedaban entre la población y la contraduna. Guardamar tenía por delante nada menos que 800 hectáreas de arena por repoblar.


   Esta segunda tarea iba a ser larga en el tiempo y dura en el esfuerzo, pero permitiría que las gentes del pueblo ganasen un sobresueldo que aumentara sus exiguas ganancias en la pesca o en el campo. Se plantaron un total del 600 mil pinos, 40 mil palmeras y 5 mil eucaliptos. Como no era posible traer de ningún lugar tal cantidad de árboles, se crearon in situ varios viveros en los que se criaban la plantas. Tras plantar los pinos jóvenes, había que protegerlos de las arenas voladoras, para lo cual el suelo se cubrió con ramas de pino, que los protegían y les daban humedad.

Vista de la pinada desde el castillo, entre el pueblo y el mar

   El trabajo fue titánico, y la voluntad de salvar al pueblo heroica.

   Hoy la pinada de Guardamar es uno de sus principales atractivos turísticos, con sus largos paseos y tesoros arqueológicos ocultos durante siglos bajo las arenas, como una rábita califal del siglo X o una ciudad fenicia del VIII a. C.

    Sin embargo, el monstruo de arena solo ha sido aplacado por un tiempo. La amenaza pervive y la pinada es un ser vivo que hay que cuidar y proteger. Algunos pinos enferman y las arenas se vuelven a adueñar poco a poco del lugar. El urbanismo especulativo tiene su parte de culpa en el impacto negativo sobre este frágil ecosistema.




   Todo está aún por ver. 
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domingo, 22 de enero de 2017

El Palmeral de Elche

   Elche: todos conocemos a su grandiosa dama, esa señora íbera de 2500 años de edad que vive en el MAN (Museo Arqueológico Nacional, Madrid), con sus rodetes a modo de moños, su peineta y mantilla, tan típicos de nuestra indumentaria tradicional. Todos tenemos en mente su bello rostro, anodino, inexpresivo, su mirada enigmática.

   Pero ¿y la ciudad que la vio nacer? ¿La conocemos?

Vista del Parque Municipal y del Hort de Baix desde la margen derecha del rio


   En fecha presente se puede decir que Elche es una ciudad industrial, dedicada principalmente al calzado. Es, además, la tercera metrópoli más importante de la Comunidad Valenciana, tras Valencia y Alicante, con casi 230.000 habitantes, y a pocos kilómetros de la capital de provincia, que tiene 334.000 más.

   Los orígenes del Elche que conocemos hoy tenemos que buscarlos en la época de la invasión musulmana. No la Heliké que vio nacer a la dama, no, esa es otra ciudad (aunque la misma) a unos 3 km al sur de la actual, de la que hablaremos otro día. Hoy hablaremos de la madinat Ils que vio nacer el impresionante palmeral que hoy es Patrimonio de la Humanidad.




   Todo lo que quedó parece hablarnos de un plan urbanístico cuidadosamente pensado. La topografía, una llanura junto al cauce del poco generoso Vinalopó, y los restos de las murallas musulmanas conservadas nos remiten a una ciudad de planta rectangular, toda ella rodeada por huertos de palmeras. De la margen izquierda del río salía un canal, que tras unos kilómetros se convertiría en la acequia que pasaba por el centro de la ciudad para suministrar agua a los baños públicos, al mercado, a las curtidurías... y que luego se ramificaría para regar los diferentes huertos de palmeras. Este canal aún funciona hoy en día, aunque con propósitos más modernos.

Río Vinalopó a su paso por el centro de Elche
   Este río, el Vinalopó, apenas lleva agua; ni si quiera desemboca en el mar hoy en día, sino que se pierde en una acequia (se puede comprobar en Google Earth). Por si esto fuera poco, sus aguas son salobres, ya que pasan por terrenos muy salinos y arrastran este mineral. Por lo tanto no se pueden beber.

   Pero llegaron los musulmanes de tierras algo más áridas y llevaron a cabo el milagro agrícola, creando un inmenso oasis donde antes había poco más que esparto. Sirios, egipcios y bereberes pusieron en común sus conocimientos, y en algo más de un siglo, habían convertido a madinat Ils en una de las villas más prósperas de Xarq al-Andalus (el este de al-Ándalus). La ingeniería puesta en marcha no solo tenía como cometido llevar hasta la última gota de agua a todos los rincones, sino que además había que sacarle el máximo partido posible. Su arma infalible sería la Phoenix dactylifera, esto es, la palmera datilera.

Hort de Sant Plàcid, donde podemos ver una réplica moderna de la estructura y funcionamiento de estos huertos

   Sobre la llegada de esta especie parece que hay diversidad de criterios. Como sabéis, las palmeras en general son plantas pertenecientes a zonas subtropicales del planeta, por lo que en ningún caso son autóctonas (salvo un par de especies) del sur de Europa. La hipótesis más aceptada es que la palmera datilera fue traída por los fenicios en sus viajes comerciales durante el primer milenio antes de Cristo, pero que su cultivo, ordenamiento y máximo desarrollo fue llevado a cabo por los musulmanes. Crearon huertos rectangulares, unos a continuación de otros para aprovechar los canales de riego. Estos huertos estaban divididos en varios niveles de cultivo, partiendo desde el centro y llegando hasta la periferia, de modo que en el centro podíamos encontrar plantas herbáceas, como algodón o alfalfa, rodeadas por un segundo nivel de árboles frutales, como granados u olivos, y todo ello rodeado por las palmeras plantadas en los bordes de la acequia, de manera que con su sombra impedían, por un lado, la evaporación del agua, y por otro, creaban un microclima en el interior del huerto más fresco y húmedo. Desde luego, para este tipo de agricultura había que escoger plantas resistentes a cierto grado de salinidad en el agua.

   La palmera ha servido además, para casi todo: produce dátiles (fruto de alto valor energético), con sus troncos se realizaban las columnas para los porches típicos de las casas huertanas de Elche, banquetas para sentarse, y también producen una especie de fibra con la que se pueden realizar esteras o capazos. Eran parte de una forma de vida, de un sistema económico en lo que todo, absolutamente todo, era aprovechado (un mundo donde se reciclaba y donde apenas existía la basura). Y esta era su razón de ser; lo fue hasta que llegó la industrialización y el calzado, allá por finales del XIX, aunque este es otro tema.


Hort de Rogeta, sin su uso tradicional. Hay algunas palmeras que tienen formas peculiares


   Las familias de agricultores vivían extramuros, en los huertos que rodeaban la ciudad, y acudían a ella a realizar sus intercambios económicos, a arreglar sus asuntos con la administración, a celebrar sus fiestas o a rezar y a protegerse tras los muros en caso de ataque.

   A día de hoy, en Elche la palmera es una especie protegida; hay alrededor de 200 mil, lo cual es sorprendente si tenemos en cuenta los episodios de urbanismo salvaje ocurridos durante todo el siglo XX, especialmente cuando miles de familias emigraron para buscar trabajo en las fábricas. Hace un par de siglos probablemente hubo el doble de palmeras; el paisaje debió de ser realmente sobrecogedor, tal y como relatan los viajeros que aquí llegaron en los siglos XVIII y XIX.

Hort de Baix, hoy parte del Parque Municipal

   El palmeral es, desde luego, un patrimonio de la humanidad por varias razones. En primer lugar, porque representa la transferencia de un paisaje típico de un continente a otro (de África a Europa, único ejemplo que se conoce) y en segundo lugar porque ha sobrevivido no solo al paso del tiempo, sino al cambio de civilización (de la musulmana a la cristiana, y luego a la posmoderna). No estamos por lo tanto, hablando de un paisaje natural, sino cultural, pues ha sido ideado por las personas.

   Si visitáis la ciudad, la oficina de turismo a ideado una ruta a través de los diferentes huertos; pasaros por allí y os darán un mapa, merece realmente la pena, llega un momento en que una no sabe dónde ni en qué época está...

Oficina de turismo

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sábado, 14 de enero de 2017

El Mercado Central de Alicante

   El Mercado Central de Alicante es uno de los puntos más animados en las mañanas de la ciudad, sobretodo si nos acercamos a él un viernes o un sábado. En él podremos encontrar los productos frescos que nos regalan la tierra y el mar: las frutas y hortalizas de la Vega Baja, puestos de pan y repostería típica de la provincia, carne y pescado fresco, herboristería, encurtidos, salazones, productos para el hogar... Un asalto a nuestros sentidos.


   Y no está lejos de los enclaves más turísticos. Lo podréis encontrar al principio de la avenida Alfonso el Sabio.

   El edificio fue inaugurado en 1922. Con anterioridad el Mercado Viejo estuvo frente al puerto donde hoy se levanta la majestuosa Casa Carbonell.

   Su fachada principal es triangular, de ladrillo, y su alta escalinata es el lugar donde muchos alicantinos se dan cita a cualquier hora del día. Por otro lado, su fachada posterior se abre a una animada plaza, que se llamó de las Flores hasta 2010, por los puestos que venden este tipo de género. Aquí se celebran eventos populares varios a lo largo del año y veremos varias terrazas donde desayunar, tapear o tomar esa cañita de media mañana, que es la que mejor sienta del día.

Fachada principal
Fachada posterior
  Aunque por desgracia, aquí ocurrió uno de los episodios más tristes y sangrientos de la historia de la ciudad. Hablamos del bombardeo del 25 de mayo de 1938, en plena Guerra Civil Española.

   Pongámonos en situación muy brevemente. El conflicto bélico estalla oficialmente los días 17 y 18 de julio de 1936 con un golpe de estado contra el gobierno de la república, que es apoyado por una parte del ejército. El país, dividido en dos bandos, el republicano y el nacional, entra en guerra. Alicante permanecerá en el bando de la república hasta el final y, aunque enclavada en la retaguardia, será bombardeada varias veces.

    Los aviones atacantes llegaban normalmente por mar, ya que tenían su base en Mallorca (las islas Baleares pertenecían al bando nacional). El bando sublevado, además, recibía ayuda militar de la Alemania de Hitler y de la Italia de Mussolini. Y serán precisamente de este último país los Savoia S-79 que partieron de la isla a las ocho de la mañana para llegar a Alicante hacia las once y cuarto y descargar sobre la plaza sus bombas en dos pasadas, con un intervalo de cuatro minutos. Esa mañana el mercado estaba especialmente concurrido. Acababa de llegar un cargamento de sardinas y la gente había acudido en gran número a por provisiones. No sonaron las alarmas, quizá porque los aviones habían hecho una maniobra para entrar a Alicante desde el interior, y no por el mar, como venía siendo costumbre, de manera que esquivaron las escuchas antiaéreas. Así fue; los habitantes de la ciudad no tuvieron tiempo para acudir a los refugios. Los aviones descargaron unas 90 bombas, las más pesadas de 100 kg, sobre el mercado y alrededores.

   El balance fue de unos 300 muertos, cifra similar a la del bombardeo de Guernica (inmortalizado por el célebre cuadro de Picasso). El ataque no estaba destinado a destruir algún punto estratégico (puerto, infraestructuras ferroviarias, aeródromo de Rabasa...) sino que fue directamente lanzado contra la población civil, algo que en la época no era común. Según relatan testimonios supervivientes, se vivieron escenas espeluznantes con cuerpos desmembrados aquí y allá... pero no entraremos en detalles. Hoy un discreto monumento en el suelo de la plaza recuerda estos hechos. El recordatorio está compuesto por nueve placas en alusión a los nueve aviones, 300 luces rojas, que se iluminan cada día a la hora del bombardeo en homenaje a los muertos, y 90 puntos negros que representan las bombas caídas aquel día. 


    Si entramos al Mercado por la Rotonda (edificio circular que hay en su parte delantera) veremos en una vitrina el antiguo reloj, que inmortalizó la hora del fatídico suceso al quedar parado por la intensidad de los impactos de aquel día, y, a la derecha, la alarma que estaba colocada en lo alto de la fachada y que, ese día, empezó a sonar demasiado tarde. 


    Si alguien está interesado en el tema, me remito a la página de Alicante Vivo, asociación cultural que logró el cambio de nombre de esta plaza en 2010. 

    Y, a pesar de todo esto, se trata de un lugar alegre y colorido. Flanqueada por varios puestos de flores, la plaza es un animado punto de encuentro diario, especialmente, como decíamos al principio, en los fines de semana. Aquí empieza para muchos alicantinos el tardeo, con unas cañas y algo de picoteo, ya te lo sirvan en alguno de los bares de la zona o lo traigas del mismo mercado. A veces es difícil encontrar mesa para sentarse y no tendremos más remedio que tardear de pie. El jolgorio es en todo caso abundante.


   Y si después de una soleada mañana de invierno, unas cañas y unas tapas, sientes el irrefrenable impulso de no irte para casa, no tienes más que seguir a la estruendosa muchedumbre, que te indicará cuál es el siguiente lugar de la ruta del tardeo.
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miércoles, 11 de enero de 2017

Déjate llevar por el Tram de Alicante (el Trenet de la Marina)

   Una buena opción para visitar algunos de los pueblos de la Costa Blanca es el Tram, o, como se le conoce popularmente, "el Trenet".
   Eso sí, este transporte no es amigo de las prisas, sino que es ideal para aquellos a los que les gusta sumergirse en el paisaje.

   A lo largo del recorrido de su trayecto más largo, desde Alicante hasta Denia (unos 90 km), podemos ver resumidos la casi totalidad de los variados paisajes alicantinos: desde las áridas, rocosas y amarillentas badlands de la capital, hasta los acantilados sobre el mar de la comarca de las Marinas, pasando por calas, campos de cultivo (y de golf), bosques de pino, etc.



   Además, no tiene nada que ver con el servicio de metro que nos podamos imaginar en las grandes capitales. El Tram es una fiesta de personajes. Aparte de los lugareños, que utilizan el servicio para ir a sus centros de trabajo o de estudio, compartiremos vagón con individuos de las nacionalidades más variopintas, de manera que no es extraño escuchar a nuestro alrededor cuatro o cinco idiomas diferentes. ¿Necesitas practicar tu inglés? 

   El viajero suele tener predisposición a interactuar, sin que podamos ofreceros una explicación sociológica precisa. Hay quien pide indicaciones, quien se conoce por primera vez, quien habla del tiempo e incluso quien arregla este loco mundo... El recorrido da para mucho; pensemos que, por ejemplo, el trayecto Alicante-Benidorm (40 km por carretera) se hace en una hora y cuarto. Mucha gente lo lamenta, pero por favor, déjennos este último resquicio de lentitud en medio de los tiempos modernos.

   Y es que estamos hablando de una infraestructura histórica, que en su momento, en algunos tramos, supuso una de las grandes obras de ingeniería de las tierras valencianas. Sí, el Trenet de la Marina data de 1915. Ya cumplió los cien años. Es un tren de vía estrecha que fue un gran avance en su tiempo, ya que permitía conectar pueblos situados en una geografía bastante accidentada. Hoy, con la A-7 quizá no nos demos cuenta de esto, pero antiguamente los caminos terrestres eran cansados y complicados. Y, por supuesto, ayudó también en la llegada de los primeros turistas, haciendo accesible a los habitantes del interior las playas de Villajoyosa, Altea o Benidorm. Hubo un tiempo en que en esta línea vino funcionando el Limón Express, tren vintage al estilo de los de las pelis del oeste. Estaba pintado de amarillo, y en él los turistas se tomaban un aperitivo mientras pasaban ante la mirada atónita de los niños que andaban jugando por los pueblos.


   El servicio se empezó a modernizar a finales del siglo XX y se crearon varias líneas diferentes a la histórica (hoy la 1 y la 9), como la que cubre la playa de San Juan o la que va a San Vicente del Raspeig.

   Con el Tram se pueden visitar gran cantidad de recursos culturales y turísticos de la zona, como:


  • Yacimientos arqueológicos: ciudad romana de Lucentum (parada del mismo nombre), Illeta dels Banyets (con restos desde la Edad del Bronce, El Campello).
  • Calas y playas.
  • El centro histórico de Villajoyosa o sus fábricas de chocolate.
  • Poblaciones como Benidorm, Altea, Calpe, Benisa (que queda un poco lejos de la parada, pero pasamos por unos bonitos campos de cultivo) o Denia.
   Como curiosidad, os diré que en algunas estaciones, que conservan su estilo arquitectónico original, podemos encontrar bonitos pubs e incluso a veces se organizan jam sessions o conciertos.


   
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lunes, 2 de enero de 2017

Casita RIP. Benidorm, primera línea de playa

   Y, ahora que terminó el año, le dedicaremos un discreto homenaje a una de esas pequeñas pérdidas que pronto todos olvidaremos.

Dos maneras de construir y de entender el turismo
   Se trata de un chalé que no solo era un chalé, sino que era un último superviviente. De otra época, de otro mundo y desde luego de otra sociedad. 

   Habría merecido la pena conservarlo solo por el absurdo contraste que provocaba con su entorno. Era totalmente incomprensible, casi irreal.

   Estaba muy deteriorado y sobre él pesaba una orden de demolición del Tribunal Supremo. 

   Su propietario (inicial, suponemos) fue José Martínez Alejos, miembro de la Falange y presidente de la Diputación de Alicante entre 1939 y 1949. Probablemente él y su familia vendrían aquí a veranear.

   Luego pasó a manos del estado.

   Hoy el ayuntamiento pide la cesión de la parcela para hacer un museo sobre la almadraba, arte de pesca del atún del que los benidormenses eran especialistas universales.

   Ya veremos. En todo caso ya no hay casita.


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martes, 4 de noviembre de 2014

Los Baños de la Reina (Calpe)


    Paseándonos por las playas de la provincia de Alicante es posible que nos encontremos con unos curiosos lugares llamados por los lugareños "Baños de la Reina". En concreto, podemos encontrar tres, unos en Jávea, otros en Campello y unos terceros en Calpe. Es justamente de estos últimos de los que hoy queremos hablar.


   Como podemos ver en la imagen, se trata de seis balsas excavadas en la piedra "tosca" que se adentran en el mar, comunicadas con este último y entre sí con el fin de que el agua no quede estancada. Llama la atención la forma perfectamente geométrica de la obra, y la perfección del corte en la piedra.

   Según cuenta la leyenda, en estas piscinas se bañaba, en tiempo de moros, una hermosa reina, que bajaba desde su palacio por unos túneles secretos que lo conectaban con al mar. La apacible y hedonista existencia de esta mujer tocó a su fin tras la conquista de estas tierras y la muerte del rey a manos de los cristianos. Una noche de luna llena, la reina mora, llena de tristeza, se sumergió en los baños y poco a poco se adentró en el mar para desaparecer en él para siempre jamás.
   Todo ello en la más pura tradición valenciana en la que todo aquello que pertenece a tiempos inmemoriales ha sido calificado como "obra de moros". ¿Alguna espinita clavada en la memoria histórica? Quizás. Sería necesario revisitar el episodio de la expulsión de los moriscos (1609) para indagar en nuestro inconsciente más profundo.

   Todos los elementos "materiales" citados en la leyenda existen, aunque no cumplían exactamente la función que se les da en la leyenda: las balsas, los túneles... y el "palacio". Y todos los podemos ver durante un paseo por la playa, perfectamente integrados a nuestros bañistas contemporáneos.

Impresiona la factura y la ingeniería de las canalizaciones y la manera en que los distintos depósitos están conectados entre sí y con el mar.

   Y sin embargo, la obra es bastante más antigua que de "tiempo de moros", más concretamente de tiempo de romanos.
   En efecto, como ocurría en muchas poblaciones costeras de esta época, se construyó todo un complejo industrial para la cría y manufactura de pescado, del que aprovechaban absolutamente todo: consumo en fresco, fabricación de salazones, elaboración de la salsa garum con intestinos y morralla y obtención de harina de huesos y espinas. Las seis balsas no son otra cosa pues que piscifactorías, y las compuertas servirían para impedir o permitir el paso del agua entre los diferentes compartimentos.

  ¿Y el palacio? Bueno, esta sea quizás, por lo menos para quien escribe esta entrada, la parte más impresionante y por otro lado penosa. Justo a nuestras espaldas, al otro lado del paseo marítimo, veremos un amplio solar vallado en el que apenas podemos adivinar las trazas de los restos de lo que los arqueólogos denominan un vicus romano, esto es, un pequeño barrio. En el solar se han identificado dos viviendas, una de ellas única por la forma de su planta circular, con sus habitaciones alrededor, almacenes, aljibes, un sistema de distribución del agua dulce (que proviene del subsuelo) gracias a una gran noria... todo ello decorado con un rico muestrario multicolor de mármoles provenientes de todos los rincones del Mediterráneo, lo cual sirve para demostrar la vitalidad de los intercambios económicos de este pequeño rincón del mundo romano, mármoles que forman exquisitos diseños que se sirven de las diferentes técnicas de la época.
   Y decía que esta era también la parte penosa por la poca relevancia turística que tiene el yacimiento hoy en día (hay una tercera domus bajo unos chalets, a unos cien metros). Quizás cuando el modelo basado en "sol y playa" esté a punto de agotarse nos decidamos a apostar por el turismo cultural...

  Al respecto, el Institut d'Estudis Calpins, junto con el Ajuntament de Calp, le dedicaron a los baños de la Reina una interesantísima publicación monográfica que podéis encontrar en el siguiente enlace http://historiadecalp.net/Calp02.pdf 




    Llaman también la atención los cortes en la piedra, que dejan extrañas formas cuadradas y rectangulares. La explicación es bastante sencilla: la zona ha sido utilizada como cantera desde la antigüedad. La piedra extraída es la que aquí denominamos "tosca", y a la que en Baleares llaman "marés", y está compuesta por depósitos de arenas calcáreas fosilizadas. Se trata de una piedra muy blanda y fácil de trabajar. La iglesia medieval de San Bartolomé, en Jávea, es un buen ejemplo de la utilización de esta piedra porosa.



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domingo, 3 de agosto de 2014

La isla de Tabarca y los caprichos del destino


    En toda la Comunidad Valenciana existe una única isla habitada, frente a la costa de Santa Pola: la isla de Tabarca, cuyas características, condicionamientos e historia hacen de ella un caso único en estas tierras.

    Con 1400 m de longitud y 450 de anchura máxima, la isla cuenta con 59 habitantes censados, llegando a recibir la visita de 3000 personas al día durante el verano. Por su forma, podemos dividirla en tres partes: la Cantera, el poblado de San Pablo y el Campo, y sus recursos terrestres, al contrario que los marítimos, son escasísimos. En la isla no hay ni una gota de agua dulce, que a día de hoy llega desde la península a través de un conducto, al igual que la electricidad. Estas infraestructuas son de construcción reciente.

Iglesia de Tabarca, sobre la muralla norte

    Desde Tabarca se ve perfetamente toda la costa alicantina, de la que no dista demasiado (la isla se encuentra a 3 millas marinas del cabo de Santa Pola). A pesar de la rara belleza y tranquilidad del lugar, ideales para el turismo contemporáneo, cuesta sin embargo entender cómo una comunidad humana pudo asentarse permanentemente en aquel lugar en el que no crece ni un solo árbol.

    De hecho, la historia de los tabarquinos es digna de un relato de aventuras. Durante toda la Edad Media, l'Illa Plana (que así se llamaba entonces), era un nido de piratas, contrabandistas y otros pájaros de alta mar, únicos habitantes esporádicos que traían de cabeza a las poblaciones cercanas, frecuentemente asaltadas por estos maleantes ultramarinos. Se construirán numerosas torres vígia, tan típicas de nuestro horizonte, pero esto no bastará, y habrá que esperar a un curioso acontecimiento ocurrido en el siglo XVIII frente a las costas de Túnez para que el destino de la isla cambie para siempre.

Cova del llop marí, ideal para el contrabando

    A escasos 400 m de la costa tunecina existe una isla llamada Tabarka, que por aquellos años estaba poblada por una comunidad de genoveses dedicados a la pesca y a la recolección del coral rojo. El día a día de estas gentes cambiará cuando, al ser conquistada por el rey de Argel, sean hechos prisioneros. Serán largos años de cautiverio, casi 30, en los que los tabarquinos son llevados de un lado para otro, hasta que el rey de España, Carlos III, decide pagar por su rescate. Daba además la casualidad de que se estaba desarrollando todo un plan de fortificación de la costa y que la ocupación de la Isla Plana era uno de los principales objetivos de la Corona, ya que por un lado se erradicaría el escondite de piratas y por otro se convertiría en una posición avanzada, o plaza fuerte, estratégica.

Alicante. La primera colina es el monte Benacantil, donde se sitúa el castillo de Santa Bárbara.

    Se crea entonces ex nihilo la población de San Pablo en la isla de Nueva Tabarca en un interesantísimo ejemplo de planificación urbanística inspirada en las teorías utopistas que circulaban por el Siglo de las Luces. De las tres partes de la isla antes comentadas, se dejará una libre (el Camp, la más extensa), para el cultivo de alimentos, en la parte intermedia se construirá el poblado, amurallado y abaluartado, y la última, en el extremo oriental, será utilizada como cantera para la extracción de la piedra con la que se habrían de levantar edificaciones y murallas. Dejando de lado la función militar del lugar, la idea planteada era la de crear una comunidad autosuficiente...

Puerta de San Rafael, entrada principal

Muralla norte

     Sobre un plano ortogonal, dos calles principales se cruzan formando la plaza Carolina, que dispone de cuatro aljibes. Existen tres puertas de entrada, una iglesia y la casa del Gobernador. El castillo no se llegó a construir.

Plaza de la iglesia

    Pasaron 9 años, y desde Alicante se envió a una comitiva para que evaluara qué tal les iba a aquellos pobladores tabarquinos. No muy bien, la verdad, ya que llevaban una existencia más bien mísera. La tierra era mala, por lo que el campo no daba más que higos chumbos, y el agua almacenada en los aljibes era insuficiente. Además, por falta de dinero y cambios en las políticas mediterráneas, el poblado había quedado inacabado y poco a poco, los tabarquinos irán siendo abandonados a su suerte. En 1850 la guarnición y el gobernador abandonarán definitivamente la isla. Además, la mala calidad de la piedra hizo que tanto murallas como edificios se fueran degradando rápidamente.

Antigua plantación de chumberas a punto de desaparecer, moribunda

    Cuesta imaginar cómo habrá sido la vida de esas personas desde su establecimiento hasta nuestros días. Un admirable ejemplo de supervivencia, sin duda. 
    Sin embargo, tenían una gran riqueza: los fondos marinos, que más tarde se convertirían en la primera reserva marina declarada en España, en 1986. Tabarca fue además el último lugar en nuestras costas en desmantelar su  almadraba.

   A día de hoy, Tabarca es un curiosísimo e interesante destino que merece la pena visitar, tanto por su historia, como por su gastronomía y sus calas. El buceo es quizás la actividad estrella.

  
Costa sur de El Camp

    Las principales conexiones con la isla son desde Santa Pola y Alicante, aunque también salen barcos desde Guardamar, Torrevieja y Benidorm.
    Y no olvide contratar un guía oficial de turismo, que le ofrecerá todo lujo de detalles...
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