sábado, 24 de mayo de 2014

Cap Negret o el salvaje domesticado (Altea)


    En verdad hay lugares en los que podemos encontrar cosas curiosas, raras o que no esperábamos. A veces es conocer la historia de esas cosas lo que las hace especiales, e ignorarla, lo que las hace pasar desapercibidas. Los azares de la naturaleza se mezclan con los de la historia de hombres y mujeres para dejarnos, un poco por todas partes, pequeños monumentos.

    Hoy viajamos pues a un interesante rincón. Después de atravesar Altea en dirección norte, no muy lejos y entrando por indefinidos accesos debido a la urbanización de la costa, llegaremos a Cap Negret (cabo Negrete en castellano). El accidente que da nombre al lugar es la primera rareza que encontramos: en una zona donde predomina la piedra caliza aparece este cabo de piedra basáltica negra que se adentra en el mar, hendido por la mitad a causa de la extracción de este material desde tiempos remotos y muy especialmente en los años 30 del siglo pasado.



    A día de hoy, esta zona no parece ser accesible, ya que hay una mansión construida sobre él y los accesos están vallados. No obstante, si hacemos un ejercicio de reconstrucción, podemos imaginar las dimensiones del promontorio. La piedra negra que compone y rodea este accidente geográfico corresponde además a un afloramiento volcánico que tuvo lugar en la edad geológica en que todos los continentes estaban unidos formando Pangea, causando así su ruptura... En este lugar se encontraron además los restos de un asentamiento ibérico, pueblo que desde aquí comerciaba con otros puertos del Mediterráneo. Hoy este asentamiento está totalmente destruido.

Rocas basálticas


    En el lado norte del cabo, y tras pasar un pequeño puerto, la linea de costa continua con un tramo de playas fosilizadas, en las que podemos ver los clásicos cantos rodados "pegados" a los granos de arena que terminaron por convertirse en grandes rocas y que nos han dejado curiosas formas tras sufrir la erosión de las olas.


    Fue precisamente la fuerza del mar la que horadó una cueva en esta playa fósil, que la imaginación popular (o los hechos históricos) hizo llamar "la cova del frare" (la cueva del fraile), hoy desaparecida tras los trabajos de urbanización y de la carretera nacional, que pasa a pocos metros. Existió en Altea en otros tiempos un vecino al que llamaban así, "el Frare", ya que siendo niño sufrió una peligrosa enfermedad (bueno, la viruela, que en esos tiempos era muy peligrosa) y su madre lo encomendó a san Francisco, haciendo la promesa de que, si el niño sanaba, lo vestiría durante dos años con los hábitos de la orden de los franciscanos. Así fue, el niño sanó, lo vistieron de fraile por dos años y se quedó para siempre con el sobrenombre de "el fraile". Creció y se enamoró; y, como pasa a veces en estos casos, la chica, en lugar de corresponderle, se enamoró de su hermano (el del Frare, claro). Una noche de tormenta en que los dos hermanos salieron a pescar (¿a quién se le ocurre?) discutieron. El Frare hirió a su hermano, que cayó al mar. Creyendo que lo había matado, también él se lanzó al mar, y fue al día siguiente cuando encontraron su cuerpo flotando dentro de la cueva. Hasta hace poco, los pescadores de Altea decían que al volver a casa de faenar por la noche, se les aparecía un niño vestido de fraile que extendía los brazos hacia ellos...

    Según esta historia popular, el lugar en que los dos hermanos se encontraban pescando era la Illeta (la isleta) que podemos ver frente a la playa de la Olla.


    A solo 400 metros de la costa, se ha encontrado en ella material arqueológico que podría atestar la utilización del lugar como base comercial (exportación e importación de productos), con hallazgos de amplia datación cronológica, esto es, desde el siglo I a. C. (época romana) hasta el XIII (Edad Media). Hoy es frecuentada por navegantes y nadadores. Curiosidad: según las coordenadas terrestres, este islote está casi sobre el meridiano de Greenwich.
    En relación con el asentamiento (almacenes y puerto, básicamente) que pudiera existir en este islote, tenemos que tener en cuenta también que casi a ras de mar discurría en la antigüedad la Via Dianium, camino secundario que se desgajaba de la Vía Augusta y que unía Dianium (Denia) con Lucentum (Alicante) por la costa. Hoy, los vestigios de esta vía romana han sido completamente arrasados en este tramo.

    Aunque quizás lo más espeluznante que se puede encontrar en esta expedición son los nidos de ametralladoras construidos durante la Guerra Civil (1936 – 1939). La toma de las Islas Baleares por las tropas franquistas hizo temer un ataque por este frente (el Levante peninsular era al principio de la guerra la retaguardia del bando republicano), y se llegaron a levantar hasta cinco construcciones de este tipo. Hoy solo dos quedan visibles, el resto se las ha comido el mar.


    Realmente no sé si llegaron a ser utilizadas (es probable que no). Resulta curiosa su planta circular y sus aberturas restangulares para disparar las armas.

    En su conjunto, este paraje resulta ser un lugar muy tranquilo y agradable, frecuentado ya desde finales del siglo XIX por artistas de todo tipo. Es cierto que el entorno resulta sugerente e inspirador, y durante el paseo nos cruzaremos aquí y allí con pintores sentados frente a sus caballetes.
    Algo de todo esto debió de prendar al cantante de ópera nacido a finales del XIX, Emilio Sagi Barba, y a su mujer, Luisa Vela, que decidieron construir aquí la villa donde residirían largos años. Muchos detalles del interior de la vivienda fueron diseñados por el amigo de la familia A. Gaudí. Aunque hoy la villa se encuentra dividida en diferentes apartamentos, la fachada exterior ha permanecido inalterada.


       El paseo por las callejuelas que dan acceso al pequeño puerto de recreo es también un mundo aparte.


    Espero les haya gustado el recorrido por este pequeño rincón escondido y al mismo tiempo abierto al mar...
  

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