En verdad hay lugares en
los que podemos encontrar cosas curiosas, raras o que no esperábamos.
A veces es conocer la historia de esas cosas lo que las hace
especiales, e ignorarla, lo que las hace pasar desapercibidas. Los
azares de la naturaleza se mezclan con los de la historia de hombres
y mujeres para dejarnos, un poco por todas partes, pequeños
monumentos.
Hoy viajamos pues a un
interesante rincón. Después de atravesar Altea en dirección norte,
no muy lejos y entrando por indefinidos accesos debido a la
urbanización de la costa, llegaremos a Cap Negret (cabo Negrete en
castellano). El accidente que da nombre al lugar es la primera rareza
que encontramos: en una zona donde predomina la piedra caliza aparece este cabo de piedra basáltica negra que se adentra en el
mar, hendido por la mitad a causa de la extracción de este material
desde tiempos remotos y muy especialmente en los años 30 del siglo
pasado.
A día de hoy, esta zona
no parece ser accesible, ya que hay una mansión construida sobre él
y los accesos están vallados. No obstante, si hacemos un ejercicio
de reconstrucción, podemos imaginar las dimensiones del promontorio.
La piedra negra que compone y rodea este accidente geográfico
corresponde además a un afloramiento volcánico que tuvo lugar en la
edad geológica en que todos los continentes estaban unidos formando
Pangea, causando así su ruptura... En este lugar se encontraron
además los restos de un asentamiento ibérico, pueblo que desde aquí
comerciaba con otros puertos del Mediterráneo. Hoy este asentamiento
está totalmente destruido.
Rocas basálticas |
En el lado norte del
cabo, y tras pasar un pequeño puerto, la linea de costa continua con
un tramo de playas fosilizadas, en las que podemos ver los clásicos
cantos rodados "pegados" a los granos de arena que
terminaron por convertirse en grandes rocas y que nos han dejado
curiosas formas tras sufrir la erosión de las olas.
Fue precisamente la
fuerza del mar la que horadó una cueva en esta playa fósil, que la
imaginación popular (o los hechos históricos) hizo llamar "la
cova del frare" (la cueva del fraile), hoy desaparecida tras los
trabajos de urbanización y de la carretera nacional, que pasa a
pocos metros. Existió en Altea en otros tiempos un vecino al que
llamaban así, "el Frare", ya que siendo niño sufrió una
peligrosa enfermedad (bueno, la viruela, que en esos tiempos era muy
peligrosa) y su madre lo encomendó a san Francisco, haciendo la
promesa de que, si el niño sanaba, lo vestiría durante dos años
con los hábitos de la orden de los franciscanos. Así fue, el niño
sanó, lo vistieron de fraile por dos años y se quedó para siempre
con el sobrenombre de "el fraile". Creció y se enamoró;
y, como pasa a veces en estos casos, la chica, en lugar de
corresponderle, se enamoró de su hermano (el del Frare, claro). Una
noche de tormenta en que los dos hermanos salieron a pescar (¿a
quién se le ocurre?) discutieron. El Frare hirió a su hermano, que
cayó al mar. Creyendo que lo había matado, también él se lanzó
al mar, y fue al día siguiente cuando encontraron su cuerpo flotando
dentro de la cueva. Hasta hace poco, los pescadores de Altea decían
que al volver a casa de faenar por la noche, se les aparecía un niño
vestido de fraile que extendía los brazos hacia ellos...
Según esta historia
popular, el lugar en que los dos hermanos se encontraban pescando era
la Illeta (la isleta) que podemos ver frente a la playa de la Olla.
A solo 400 metros de la
costa, se ha encontrado en ella material arqueológico que podría
atestar la utilización del lugar como base comercial
(exportación e importación de productos), con hallazgos de amplia
datación cronológica, esto es, desde el siglo I a. C. (época
romana) hasta el XIII (Edad Media). Hoy es frecuentada por navegantes
y nadadores. Curiosidad: según las coordenadas terrestres, este
islote está casi sobre el meridiano de Greenwich.
En relación con el
asentamiento (almacenes y puerto, básicamente) que pudiera existir
en este islote, tenemos que tener en cuenta también que casi a ras
de mar discurría en la antigüedad la Via Dianium, camino
secundario que se desgajaba de la Vía Augusta y que unía Dianium
(Denia) con Lucentum (Alicante) por la costa. Hoy, los
vestigios de esta vía romana han sido completamente arrasados en
este tramo.
Aunque quizás lo más
espeluznante que se puede encontrar en esta expedición son los nidos
de ametralladoras construidos durante la Guerra Civil (1936 –
1939). La toma de las Islas Baleares por las tropas franquistas hizo
temer un ataque por este frente (el Levante peninsular era al
principio de la guerra la retaguardia del bando republicano), y se
llegaron a levantar hasta cinco construcciones de este tipo. Hoy solo
dos quedan visibles, el resto se las ha comido el mar.
Realmente no sé si
llegaron a ser utilizadas (es probable que no). Resulta curiosa su
planta circular y sus aberturas restangulares para disparar las
armas.
En su conjunto, este
paraje resulta ser un lugar muy tranquilo y agradable, frecuentado ya
desde finales del siglo XIX por artistas de todo tipo. Es cierto que
el entorno resulta sugerente e inspirador, y durante el paseo nos
cruzaremos aquí y allí con pintores sentados frente a sus
caballetes.
Algo de todo esto debió
de prendar al cantante de ópera nacido a finales del XIX, Emilio Sagi Barba, y a su
mujer, Luisa Vela, que decidieron construir aquí la villa donde residirían
largos años. Muchos detalles del interior de la vivienda fueron
diseñados por el amigo de la familia A. Gaudí. Aunque hoy la villa
se encuentra dividida en diferentes apartamentos, la fachada exterior
ha permanecido inalterada.
El paseo por las
callejuelas que dan acceso al pequeño puerto de recreo es también
un mundo aparte.
Espero les haya gustado
el recorrido por este pequeño rincón escondido y al mismo tiempo
abierto al mar...