Elche: todos conocemos a
su grandiosa dama, esa señora íbera de 2500 años de edad que vive
en el MAN (Museo Arqueológico Nacional, Madrid), con sus rodetes a modo de moños, su peineta y mantilla,
tan típicos de nuestra indumentaria tradicional. Todos tenemos en
mente su bello rostro, anodino, inexpresivo, su mirada enigmática.
Pero ¿y la ciudad que la
vio nacer? ¿La conocemos?
En fecha presente se
puede decir que Elche es una ciudad industrial, dedicada
principalmente al calzado. Es, además, la tercera metrópoli más
importante de la Comunidad Valenciana, tras Valencia y Alicante, con
casi 230.000 habitantes, y a pocos kilómetros de la capital de
provincia, que tiene 334.000 más.
Los
orígenes del Elche que conocemos hoy tenemos que buscarlos en la época de la invasión
musulmana. No la Heliké que vio nacer a la dama, no, esa es otra
ciudad (aunque la misma) a unos 3 km al sur de la actual, de la que hablaremos otro
día. Hoy hablaremos de la madinat Ils que vio nacer el impresionante
palmeral que hoy es Patrimonio de la Humanidad.
Todo lo que quedó parece
hablarnos de un plan urbanístico cuidadosamente pensado. La
topografía, una llanura junto al cauce del poco generoso Vinalopó, y
los restos de las murallas musulmanas conservadas nos remiten a una
ciudad de planta rectangular, toda ella rodeada por huertos de
palmeras. De la margen izquierda del río salía un canal, que tras unos kilómetros se convertiría en la acequia
que pasaba por el centro de la ciudad para suministrar agua a
los baños públicos, al mercado, a las curtidurías... y que luego
se ramificaría para regar los diferentes huertos de palmeras. Este
canal aún funciona hoy en día, aunque con propósitos más
modernos.
Este río, el Vinalopó,
apenas lleva agua; ni si quiera desemboca en el mar hoy en día, sino
que se pierde en una acequia (se puede comprobar en Google Earth).
Por si esto fuera poco, sus aguas son salobres, ya que pasan por
terrenos muy salinos y arrastran este mineral. Por lo
tanto no se pueden beber.
Río Vinalopó a su paso por el centro de Elche |
Pero llegaron los
musulmanes de tierras algo más áridas y llevaron a cabo el milagro
agrícola, creando un inmenso oasis donde antes había poco más que
esparto. Sirios, egipcios y bereberes pusieron en común sus
conocimientos, y en algo más de un siglo, habían convertido a madinat Ils en una de las villas más prósperas de Xarq al-Andalus (el
este de al-Ándalus). La ingeniería puesta en marcha no
solo tenía como cometido llevar hasta la última gota de agua a
todos los rincones, sino que además había que sacarle el máximo
partido posible. Su arma infalible sería la Phoenix dactylifera,
esto es, la palmera datilera.
Hort de Sant Plàcid, donde podemos ver una réplica moderna de la estructura y funcionamiento de estos huertos |
Sobre la llegada de esta especie parece que hay diversidad de criterios. Como sabéis, las palmeras en general son plantas pertenecientes a zonas subtropicales del planeta, por lo que en ningún caso son autóctonas (salvo un par de especies) del sur de Europa. La hipótesis más aceptada es que la palmera datilera fue traída por los fenicios en sus viajes comerciales durante el primer milenio antes de Cristo, pero que su cultivo, ordenamiento y máximo desarrollo fue llevado a cabo por los musulmanes. Crearon huertos rectangulares, unos a continuación de otros para aprovechar los canales de riego. Estos huertos estaban divididos en varios niveles de cultivo, partiendo desde el centro y llegando hasta la periferia, de modo que en el centro podíamos encontrar plantas herbáceas, como algodón o alfalfa, rodeadas por un segundo nivel de árboles frutales, como granados u olivos, y todo ello rodeado por las palmeras plantadas en los bordes de la acequia, de manera que con su sombra impedían, por un lado, la evaporación del agua, y por otro, creaban un microclima en el interior del huerto más fresco y húmedo. Desde luego, para este tipo de agricultura había que escoger plantas resistentes a cierto grado de salinidad en el agua.
La palmera ha servido
además, para casi todo: produce dátiles (fruto de alto valor
energético), con sus troncos se realizaban las columnas para los
porches típicos de las casas huertanas de Elche, banquetas para
sentarse, y también producen una especie de fibra con la que se pueden
realizar esteras o capazos. Eran parte de una forma
de vida, de un sistema económico en lo que todo, absolutamente todo,
era aprovechado (un mundo donde se reciclaba y donde apenas existía
la basura). Y esta era su razón de ser; lo fue hasta que llegó la
industrialización y el calzado, allá por finales del XIX, aunque
este es otro tema.
Hort de Rogeta, sin su uso tradicional. Hay algunas palmeras que tienen formas peculiares |
Las familias de
agricultores vivían extramuros, en los huertos que rodeaban la
ciudad, y acudían a ella a realizar sus intercambios económicos, a
arreglar sus asuntos con la administración, a celebrar sus fiestas o
a rezar y a protegerse tras los muros en caso de ataque.
A día de hoy, en Elche
la palmera es una especie protegida; hay alrededor de 200 mil, lo
cual es sorprendente si tenemos en cuenta los episodios de urbanismo
salvaje ocurridos durante todo el siglo XX, especialmente cuando miles de
familias emigraron para buscar trabajo en las fábricas. Hace un par
de siglos probablemente hubo el doble de palmeras; el paisaje debió
de ser realmente sobrecogedor, tal y como relatan los viajeros que
aquí llegaron en los siglos XVIII y XIX.
El palmeral es, desde luego, un patrimonio de la humanidad por varias razones. En primer lugar, porque representa la transferencia de un paisaje típico de un continente a otro (de África a Europa, único ejemplo que se conoce) y en segundo lugar porque ha sobrevivido no solo al paso del tiempo, sino al cambio de civilización (de la musulmana a la cristiana, y luego a la posmoderna). No estamos por lo tanto, hablando de un paisaje natural, sino cultural, pues ha sido ideado por las personas.
Hort de Baix, hoy parte del Parque Municipal |
El palmeral es, desde luego, un patrimonio de la humanidad por varias razones. En primer lugar, porque representa la transferencia de un paisaje típico de un continente a otro (de África a Europa, único ejemplo que se conoce) y en segundo lugar porque ha sobrevivido no solo al paso del tiempo, sino al cambio de civilización (de la musulmana a la cristiana, y luego a la posmoderna). No estamos por lo tanto, hablando de un paisaje natural, sino cultural, pues ha sido ideado por las personas.
Si visitáis la ciudad,
la oficina de turismo a ideado una ruta a través de los diferentes
huertos; pasaros por allí y os darán un mapa, merece realmente la
pena, llega un momento en que una no sabe dónde ni en qué época
está...