domingo, 17 de noviembre de 2013

Los castillos del valle del Vinalopó (primera parte)



   A veces me pregunto qué es lo que le viene a la gente a la cabeza cuando escucha el término “castillo”, y no lo tengo demasiado claro. Quizás las primeras imágenes que asaltan nuestra imaginación son las altas torres, fosos, puentes levadizos, almenas, princesas, reyes, e incluso, ¿por qué no? intrigas palaciegas. Esto es, el castillo-palacio, más propio de las orillas del Loira o, sin irnos tan lejos, de la mitad norte de la península.

Castillo de Biar, valle del Vinalopó

   Entonces ¿cómo presentar una ruta de los castillos del valle del Vinalopó? Sin duda, son castillos que tienen torres, a menudo también almenas y… en fin, la mayoría de los elementos (salvo princesas quizás) que acabamos de nombrar. Pero lo que los distingue en realidad del prototipo de castillo al que hago alusión es más bien su historia, su razón de ser frente a los acontecimientos de los que han sido escenario.

   Morfológicamente son, la inmensa mayoría, castillos roqueros, construidos sobre la peña viva de las montañas. Hoy en día se ha facilitado el acceso, incluso por carretera, a muchos de ellos, pero admira pensar en las condiciones de ataque a cualquiera de estas fortalezas, con soldados cargados no solo con sus armaduras, sino también con sus armas y demás maquinaria bélica, que avanzarían costosamente por el terreno escarpado.

Castillo de Sax, desde la torre del homenaje

   Respecto a su construcción, la mayoría de ellos (si no todos) tienen su origen remoto en la época almohade. Desgraciadamente sabemos muy poco, no de la época de dominación almohade, sino de los casi ocho siglos en que la sociedad musulmana gobernó gran parte de la península ibérica; muchos lo achacan a la quema de más de 4000 libros y documentos pertenecientes a la historia de esta civilización ordenada por el cardenal Cisneros tras la toma de Granada en 1492. Lo cierto es que “solo sabemos que no sabemos nada”. O poca cosa.

   Sabemos que el imperio de los almohades, llegados del norte de África, venía a sustituir al almorávide, que vivía momentos de “decadencia”, y que eran una especie de puritanos y austeros guerreros (algo posiblemente similar a lo que hoy calificaríamos de “integristas”). También, que era una época inestable, en la que las luchas internas eran muy frecuentes y el territorio se encontraba muy fraccionado.

Castillo de la Mola (Novelda). Aquí podemos apreciar la técnica del tapial, así como una inscripción en árabe en la mitad superior derecha (no descifrada)

   De esta época aún podemos observar algunos restos materiales en estos castillos, en los que encontramos una estupenda ilustración en la técnica constructiva del tapial. El castillo, respecto a la población a la que protegía, no era necesariamente un lugar de residencia; con más frecuencia parece ser el lugar en el que la población, dispersa en las alquerías de los valles (y por lo tanto más cercana a su lugar de trabajo), venía a refugiarse, encerrándose, en caso de ataque. Y, fundamental para resistir un asedio, el aljibe (cisterna para almacenar el agua) es el otro elemento que nos ha llegado de esta época. El castillo es aquí fruto de un modelo de auto-organización. 

   y, por supuesto, no me olvidaré de la “joya”: las bóvedas almohades que podemos encontrar tanto en el primer piso de la torre del castillo de Villena como en el de Biar. 


Bóveda almohade en la torre del castillo de Biar.


    Luego, también resulta que todos estos castillos coinciden en un marco geográfico muy bien definido: el valle del Vinalopó, minúsculo rio con el que los levantinos han sabido hacer maravillas, desde el aprovechamiento agrícola de la antigüedad hasta la industrialización papelera y zapatera de los últimos doscientos años. Este valle forma un largo corredor que viene a ser el camino que une la meseta castellana con el mar Mediterráneo, y, en consecuencia, territorio codiciado para cualquier civilización mercantil, como lo fueron Castilla y Aragón.

   A partir de aquí, la historia empieza a animarse bastante, por lo que se ve. Ni que decir tiene que tanto los castellanos como los aragoneses, a lo largo de los siglos, realizaron todo tipo de reformas en estas fortalezas: destruyeron, construyeron, añadieron, quitaron… que han cambiado sustancialmente el aspecto que presentan. Pero probablemente lo más importante de su llegada fue que convirtieron el valle en zona fronteriza, en el espacio de choque entre tres fuerzas: castellana, aragonesa y musulmana. Dejaré para otro día el tema de la conquista y de las luchas entre moros y cristianos, ya que da para varias entradas, y me limitaré aquí a resaltar el aspecto de límite, o de castillo como factor de delimitación que servía para demostrar a quién pertenecían esas tierras. 


Castillo de Biar

   Y esas tierras pasaron realmente por muchas manos. No solo por las de las coronas de Castilla y Aragón, sino por la de los señores feudales a los que estas habían sido entregadas en agradecimiento a su ayuda durante la conquista. Estos, a su vez, las venderían a otros señores, y así tendremos toda una serie de ilustres que pasarían, o más bien, poseerían estos castillos. Los Manuel y los Pachecho son nombres que nos sugieren más o menos cosas. Pero, con frecuencia, tanto los señores como la corona dejaban sus fortalezas bajo la responsabilidad de un alcaide, que viviría allí con su familia, en más o menos soledad dependiendo del momento histórico.

Panorámica de Biar, que siempre estuvo en manos de la Corona de Aragón.

    Aquí nos quedamos por hoy... y continuará próximamente.

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